lunes, 30 de noviembre de 2015


Chogyam Trungpa Rimpoché



 

 Fue el primer tibetano que difundió el budismo y las técnicas de meditación en occidente. Llegó a Reino Unido allá por los años sesenta, beneficiando de una beca que le permitió estudiar filosofía y arte en grandes universidades. No se habla mucho de él aunque desarrolló un camino hacia la libertad espiritual adaptado a la mentalidad occidental: Shambhala. Sus preceptos están reunidos en el libro “La senda sagrada del guerrero” que, es una obra que aunque la leí hace ya 20 años o más, cada vez que abro ese libro encuentro algo nuevo, algo en lo cual aparentemente no había reparado y que me alienta a seguir practicando.

También me ocurre eso con otro libro de Chogyam Trungpa: “El mito de la libertad y la vía de la meditación”  y me pareció interesante resumir algunos pasajes -y traducir otros de la versión francesa ya que habla con mucha sencillez y precisión de lo que es la meditación. Mucha gente hoy en día quiere acercarse a estas técnicas ancestrales que en algún momento se pusieron de moda con la new age

Conversando con amigos he constatado que hay mucha distorsión acerca de qué es meditar, sus objetivos, sus beneficios.  Hoy que el individualismo ha triunfado en nuestra sociedad, y que la soledad como resultado esperable se hace sentir, que no hay señales claras de cuál es el camino para mantener una salud mental medianamente equilibrada, que muchos se dejan llevar a los instintos más básicos, que lo que predomina es una carrera sin meta, la práctica  de la meditación puede significar un camino enriquecedor, que nos habla de descubrir nuestra verdadera naturaleza.


A
Budismo 

"Algunos se quejan de que el budismo sea una religión oscura, porque pone el acento en el sufrimiento y la desgracia. De costumbre las religiones hablan de armonía, belleza, éxtasis, felicidad. Pero el Buda propone que primero hagamos la experiencia de la vida tal como es. Percibir la realidad del sufrimiento y la realidad de la insatisfacción. No podemos ignorar eso en beneficio del solo examen de los aspectos gloriosos y placenteros de la vida. Todas las escuelas del budismo concuerdan en que debemos primero que nada enfrentar la realidad de nuestra situación existencial. No podemos comenzar por soñar, eso sería una evasión provisoria, es imposible evadirse realmente.

En el budismo expresamos nuestra voluntad de realismo por la práctica de la meditación. La meditación no consiste en tratar de alcanzar el éxtasis, la felicidad espiritual o la tranquilidad o tratar de ser mejor. La meditación consiste simplemente en crear un espacio donde es posible desplegar y deshacer nuestros juegos neuróticos, nuestras auto-ilusiones, nuestros miedos y nuestras esperanzas ocultas. Creamos este espacio con el simple recurso a la disciplina que consiste en no hacer nada. En realidad es muy difícil no hacer nada. Comenzamos no haciendo casi nada y poco a poco se desarrollará nuestra práctica.


Rehusamos reconocer la muerte, sin embargo nuestros ideales más elevados, nuestras especulaciones acerca del sentido de la vida, las formas de civilización más avanzadas, todo eso es impracticable si no consideramos el proceso de nacimiento, sufrimiento y muerte.


            Nacimiento, sufrimiento y muerte intervienen de un momento a otro. El nacimiento es la apertura de
una situación nueva. Inmediatamente después del nacimiento uno se siente fresco como cuando se mira el sol al amanecer. Los pájaros despiertan y comienzan a cantar, podemos distinguir las siluetas brumosas de los árboles y de las montañas. A medida que el sol se levanta en el firmamento el mundo deviene más claro y se definen sus contornos. El sol se pone cada vez más rojo hasta que dispensa una luz blanca, brillante.  Uno preferiría quedarse con el alba, el amanecer, impedir que el sol suba en el cielo, quedarse con la radiante promesa del día. Preferiríamos eso, pero es imposible. Nunca nadie logró hacerlo. Nos esforzamos por mantener la nueva situación, pero no podemos aferrarnos a nada y morimos. Hay entonces un intervalo entre la muerte y el siguiente nacimiento, pero esta brecha está repleta de un parloteo subconsciente, una interrogación sobre lo que convendría hacer, nos encerramos en una nueva situación y en eso, hemos nacido de nuevo. Este proceso lo repetimos al infinito.

           El nacimiento expresa la separación entre la madre y el bebé…cada uno de nuestros actos expresa el nacimiento, el sufrimiento y la muerte.
En la tradición budista se distinguen tres tipos de sufrimiento o de dolor: el sufrimiento omni-penetrante, el sufrimiento de la alternancia y el sufrimiento del sufrimiento. El sufrimiento omni-penetrante es el sufrimiento común, general, de la insatisfacción, de la separación y de la soledad. Estamos solos, somos hombres y mujeres solitarios, no podemos recrear el cordón umbilical, y decir de nuestro nacimiento que era “una prueba”.  Eso ya pasó. El sufrimiento es inevitable mientras prevalezcan la discontinuidad y el sentimiento de inseguridad.

El sufrimiento omni -penetrante es una frustración general que resulta de la agresión. Que seamos delicados o brutales, felices o infelices, no cambia nada. Mientras tratemos de aferrarnos a nuestra existencia seremos un paquete de músculos tensos intentando protegernos. Eso es causal de incomodidad. Tenemos tendencia a sentir nuestra existencia como levemente incómoda.  Aunque seamos dueños de nosotros mismos y dispongamos de dinero, de alimentación, de un techo, de amigos en abundancia, siempre está esta pequeña cosa en nuestro ser que nos preocupa. Algo se anuncia sin cesar y de lo cual necesitamos protegernos, escondernos. Tenemos que evitar de cometer el más mínimo error, sin que sepamos que podría ser. Existe una suerte de entendimiento universal acerca de un secreto que hay que guardar,  un lapsus que no hay que cometer, algo indecible. Fuera de toda lógica, nos sentimos vagamente amenazados.

              Entonces cualquier fuera nuestra grado de  felicidad, nos mantenemos  irritados y precavidos. No queremos exponernos ni encontrar esta cosa, fuere lo que fuere. Por supuesto podríamos tratar de racionalizar este sentimiento y decir:” dormí poco anoche y me siento raro, no quiero hacer nada difícil para no cometer errores” . Pero esto sólo indica que estamos molestos y tratamos de escondernos.

             Este sufrimiento fundamental toma incontables formas: sufrimiento de perder un amigo, de tener que atacar un enemigo, sufrimiento de ganar dinero, desear referencias, tener que lavar los platos, cumplir nuestro deber, que alguien nos mira por sobre el hombro, darse cuenta de nuestra ineficiencia, fracasar, sufrimiento de todo tipo de relaciones.

Además del sufrimiento omni-penetrante está el sufrimiento de la alternancia, que consiste en darse cuenta que llevamos un peso sobre los hombros. A veces sentimos que el peso ha desaparecido porque nos sentimos libres, y que ya no debemos correr detrás de nosotros mismos. Pero el sentimiento de alternancia entre el dolor y su ausencia, entre salud y enfermedad, ahora y siempre, es en sí doloroso. Es duro sentir de nuevo el peso sobre los hombros.

Y está el sufrimiento del sufrimiento, el tercer tipo. Usted no se siente muy seguro, no sabe muy bien que terreno está pisando. Y más encima se preocupa de su condición y desarrolla una úlcera. Corriendo a ver al médico para que se la cure  y se tuerce el pie. La resistencia al sufrimiento no hace más que aumentar su intensidad. Los tres tipos de sufrimiento  se suceden rápidamente en la vida, la invaden. Usted siente primero el sufrimiento fundamental, luego el de la alternancia, -dolor y ausencia de dolor y viceversa-, y viene luego el sufrimiento del sufrimiento, que es el sufrimiento de todas estas situaciones existenciales no deseadas.

         Tales situaciones se producen incansablemente. Nos apuramos, queremos librarnos del sufrimiento y haciendo eso no hacemos más que duplicarlo. El sufrimiento es muy real, no podemos fingir la felicidad y la seguridad. El sufrimiento es nuestro compañero de cada instante. y esto continúa interminablemente: sufrimiento omni-penetrante, sufrimiento de la alternancia y sufrimiento del sufrimiento. Buscamos la eternidad, la felicidad o la seguridad, pero la experiencia de la vida es sufrimiento, duhkha.


Ausencia de ego.

    Precisamente en vistas a asegurar nuestra felicidad, de mantenernos en relación con algo distinto,  reside el proceso del ego. Pero este esfuerzo resulta fútil,  porque en nuestro mundo aparentemente sólido aparecen brechas sin cesar, ciclos de muerte y de renacimiento, un cambio constante. El sentimiento de la continuidad y de la solidez del yo es una ilusión. En realidad no existe nada parecido al ego, alma,  o atman. Una sucesión de confusiones crea el ego. Efectivamente el proceso del ego consiste en una agitación de confusiones, de agresión, de avidez, que existen solamente en el instante. Cuando no podemos aferrarnos al instante presente es imposible  afirmarnos en el yo, lo mío, y hacer de eso cosas sólidas.




        La experiencia de la relación del yo con los objetos exteriores  es en realidad una discriminación momentánea, un pensamiento flotante. Si engendramos estos pensamientos flotantes con una frecuencia suficiente, podemos crear la ilusión de la continuidad y de la solidez. Como el cine provoca la ilusión del movimiento continuo al proyectar imágenes individuales a gran velocidad.

         De este modo nos forjamos la idea de que el yo y el otro son sólidos y continuos. En posesión de esta idea manipulamos nuestro pensamiento para confirmarla y cualquier prueba de lo contrario nos asusta. Esa es nuestra prisión, el miedo a exponerse, la negación de la impermanencia. Y es que solamente la impermanencia nos da la posibilidad de morir, encontrar el espacio para renacer y apreciar la vida como un proceso creador.

          La comprensión de la inexistencia del ego se hace en dos fases. Primero nos damos cuenta que el ego no existe como entidad sólida, que es constantemente cambiante, y que eran nuestros conceptos que lo hacían sólido. Concluimos entonces que el ego no existe. Pero se necesita alguien que observe la ausencia de ego, y que se identifica con esa ausencia para justificar su existencia. La segunda etapa consiste en mirar a través de este concepto sutil y abandonar el observador.

La verdadera ausencia de ego es la ausencia del concepto de ausencia de ego.


Extracto de "Le mythe de la liberté"

Traducción de Isaías Lautaro Huentecura